miércoles, 26 de mayo de 2010

Los padres: habilitadores del desarrollo u obstáculos al crecimiento.

“Tenemos que subir el nivel”. Esta habitual expresión de deseos que suelo escuchar o verbalizar yo mismo, encierra no pocos supuestos acerca de la realidad. El primero de ellos es que no estamos satisfechos con la realidad que tenemos. El segundo es que queremos mejorar y que, de no hacerlo, nos farreamos una oportunidad para nuestros hijos e hijas. Es decir: No me conforma la realidad y tengo la voluntad de cambiarla. El tercer supuesto es que hay que trabajar más, hay que ser más exigente en las expectativas de nuestra propia acción y la de los demás. Yo no sería más exigente con el otro si no le asignara al otro la posibilidad de ser mejor. Entonces, el mensaje es: tú puedes ser mejor de lo que eres por eso te exijo más. Que tú hables mejor, puedas comprender mejor un problema matemático y resolverlo, leas y entiendas profundamente lo que lees, puedas argumentar inteligentemente, etc. tiene que ver contigo no conmigo. Te hace mejor a ti, te abre oportunidades a ti. Por eso exigirte es atribuirte la posibilidad de ser mejor y, a la vez, comprometerme contigo hacia ello. Los mejores son el resultado de procesos exigentes.


Siempre pensé que subir el nivel encontraría, de parte de los profesores, cierta resistencia pues, requiere de ellos un mayor esfuerzo, preparar mejor las clases, procesar mejor la información, elaborar un tipo de material didáctico más sofisticado, corregir más pruebas, detectar tempranamente, etc. Por suerte solo eran mis propios prejuicios. Soy testigo del entusiasmo de los profesores en esta labor. No he recibido reacción negativa alguna por parte de nuestros docentes a la mayor exigencia laboral que conlleva subir el nivel de enseñanza. Muy por el contrario. Lo que no imaginé nunca es que la resistencia vendría de parte de algunos apoderados. A diario atiendo apoderados quejumbrosos por el excesivo nivel de exigencia que el Colegio exhibe. ¡Imagínense ustedes! Argumentos tales como: “¿Ustedes creen que mi hijo lo único que tiene que hacer es estudiar?”, “¿Por qué mi hijo tiene que estudiar en la casa si pasa 8 horas en el Colegio?”, “¿Es entonces que no le enseñan nada en el Colegio?”. “Quiero a un hijo feliz y no estresado por tanta tarea y pruebas”. “El Colegio está más exigente porque le conviene a ellos (…)”

Me dediqué a verificar la vinculación entre resistencia a la existencia escolar del apoderado y rendimiento académico de sus pupilos. Adivinen. Efectivamente: a mayor resistencia a la exigencia académica del apoderado corresponden resultados académicos más pobres de sus pupilos.

A la “flojera” de los alumnos se suma cierta complicidad de algunos padres. Tras expresiones tales como: “les están dando mucho para estudiar”, “los hacen leer demasiado”, “no les deberían dar tareas para la casa”, “las pruebas son muy difíciles”, “el nivel es muy alto”, “prefiero un hijo feliz a uno estresado” subyace un verdadero freno para el crecimiento académico de nuestros alumnos. Observo con claridad que cuando los padres están alineados con sus profesores en un discurso sin fisuras centrado en la responsabilidad académica que los niños deben asumir, los resultados son notables. Por el contrario, discursos familiares laxos o ambiguos confunden a los niños quienes optarán, como es de comprender, por el camino más corto. No solo conspiran contra el desarrollo académico de los niños las ambigüedades sino, más nocivos aún, los dobles discursos de los adultos quienes le piden a los profesores la dureza que no son capaces ellos de dar. Algo así como “si no quieres no estudies, tú sabrás… ya eres grande…” y, por otro lado: “Tía, déle duro al cabro…”. Algo parecido a darle papas fritas en casa y mandarle las lentejas para que se las de la profesora. No funciona, ganarán las papas fritas por goleada.

Otro engaño frecuente, al menos a mi juicio, es el discurso pseudo libertario de algunos apoderados frente a sus hijos. Esto puede esconder el no asumir la responsabilidad de controlar la actividad de su hijo (lo que representa una forma de compromiso) escudándose en sentencias tales como: “Yo confío en mi hijo, él ya es grande y tiene que ser responsable de lo que hace o deja de hacer (…)”. Tras este discurso muchas veces está la desidia de hacernos cargo de los pre-adolescentes y adolescentes con su complejo y lejano mundo y la “lata” de tener que poner límites.

Subir el nivel académico del Colegio es confiar en nuestros alumnos, es considerar que dan para mucho más que lo que precisan para “pasar” de curso. Es nivelar hacia arriba. Es no subestimarlos, es confiar en que son talentosos y que solamente requieren que sus profesores y padres los fuercen a mostrar lo que tienen, a ponerse en juego y sentir el placer del logro tras un esfuerzo genuino.

Nuestro Colegio ha optado por, cada año y progresivamente, subir su nivel de exigencia. Esto no tiene que ver sólo con la complejidad de las pruebas sino con la calidad de todo el proceso de enseñanza (selección y evaluación docente, tipo de planificación, recursos en sala, características de las clases, reforzamientos, tipos de prueba, rigor en el análisis de resultados, preparación de material didáctico, etc.).

Necesitamos su apoyo pues sin él no tiene sentido nuestro esfuerzo. Su apoyo explícito, contundente y categórico. No quiero que la resistencia de algunos apoderados mine la voluntad de nuestros profesores quienes pueden comenzar a confundirse con razonamientos que hemos desterrado hace tiempo:” ¿para qué trabajo tanto en mejorar el nivel de los alumnos si luego los padres se enojan conmigo?, para eso les exijo menos, suben sus notas y todos felices… y todos me aman y me eligen el mejor profesor…”. No queremos eso.

Jorge Moutafián T.
Rector.

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